La historia de la crítica empezó considerando que el centro de sentido de la creación literaria era el autor. Es sencillo pensar que aquello que está escrito pertenece a quien lo escribió y le pertenece de una forma unívoca: solo esa persona tiene las claves interpretativas de cuanto se dice en las páginas que nos deja. Al leer, por lo tanto, se debía ser consciente de quién, dónde y cómo escribió para encontrar entre las letras del texto su verdadero significado.
Más tarde, cuando la lingüística se hizo un hueco en los salones y cafeterías, europa se erigió sobre la certeza de los significados y significantes; unos cuantos intelectuales de la época entendieron, por tanto, que un autor no podía poseer la hegemonía interpretativa de un texto, porque entonces relegábamos la literatura a la incómoda y aburrida práctica de la acumulación de datos. Al fin y al cabo, un libro no podía terminarse con su autor. ¿Cómo si no íbamos a explicarnos el interés que era capaz de despertar en los demás? Según el esquema lingüístico EMISOR-MENSAJE-RECEPTOR, en el que la literatura se fundamenta, debíamos empezar a concederle importancia al mensaje, el objeto principal de tanto quebradero de cabeza y la razón de que alguien se pusiera a escribir y otro alguien, separado por el espacio y, a menudo también por el tiempo, se pusiera a leer. Sin embargo, si el libro tenía sentido en sí mismo, al margen de autor y lector, ¿para qué leer? Es más, ¿para qué escribir, si eso solo podía significar volver a hacer lo que ya se había hecho muchas otras veces?
Ya en el siglo XX, pensadores del mundillo resolvieron que solo quedaba una opción: que era el lector quien daba sentido al texto. De esta manera, el libro no dejaría de significar nunca: con cada receptor se abría un mundo de posibilidades: un mensaje nuevo cifrado en clave subjetiva que no tenía que ser unívoco, idéntico a los anteriores, regulado por unas reglas concretas, sometido al discurso ideológico general y proyectado como verdad de una forma inamobible. Leer era otra cosa: era una práctica universal con una finalidad subjetiva, era una capacidad de abstracción sobre la concreción siempre hiriente de la realidad, era un espacio en el que se presentaba la posibilidad como auténtica y en el que cabía imaginar lo que no existía para pensar en lo que debería existir.
Este largo preámbulo me sirve para advertiros, lectores, de que tenéis el poder. Que en vuestras manos, en vuestras propias lecturas, está la capacidad de proyectar sobre eso que llamamos libro la luz de vuestro propio ingenio, de vuestras propias vivencias y de vuestras antiguas (y nunca clausurables) lecturas; de reinventar la literatura mientran os reinventáis, a la vez, a vosotros mismos. Porque con cada lectura el libro debe cambiar y con cada lectura vosotros teneis que dejar de ser los mismos: de cualquier otra manera, no habreis leído.
Y si esta advertencia os sirve de algo, que sea, por favor, para dejar de estar pendiente de las novedades comerciales, de las listas de ventas, de las (horrendas) distribuciones en librerías, de los nombres en el lomo, de las reseñas literarias: las certezas solo deben tenerse una vez se ha terminado el libro, nunca antes. Y todas estas cosas ejercen una forma de control, pues pretenden descifrar, escondidos en la sutileza de una sugerencia, lo que un libro es capaz de decir. Que nadie lea por vosotros.
Olvidaos también de cómo y cuánto hay que leer para ser un buen lector: es mejor leer un solo libro y llenarlo de nuestras verdades que leer mil libros y opiniar de ellos, simplemente, que te gustaron. Olvidaos de ser ese gran escritor que quereis ser. Olvidaos de publicar, del dinero y de la fama. Olvidaos del tiempo libre, del tiempo que no teneis y del que os gustaría tener. La literatura no es un gremio, ni un contrato ni unos royalties. La literatura no es un bestseller, porque no es un libro en concreto, si no que lo son todos. Por eso, olvidaos de las librerías, dónde solo se vende: si el mundo fuera justo, los lectores no pagarían por los libros, por que cualquier autor desea lectores y no clientes.
Olvidaos de todo eso porque no sirve para nada. Y simplemente leed. Leed y sentid. Y si en este proceso aún creeis que hay alguna verdad inamobible, escribidla. Y no tengais miedo de no tener razón (que la razón no se posee, solo se intercambia). Y cuando terminéis de hacer esto, relajaos y disfrutad. Ya habréis participado en la Literatura.
A.